miércoles, 27 de marzo de 2019

#Colombia Ojo con la policía


Por: Humberto de la Calle
Quien esto escribe era decano de Derecho de la Universidad de Caldas cuando un terremoto destruyó el edificio de la Facultad. Fue necesario trasladar las instalaciones a Bellas Artes lo cual le permitió a un profesor, famoso por su ironía, afirmar que era una decisión muy acertada, “a ver si los estudiantes aprendían a interpretar el Código Civil”.
Toda norma exige interpretación. Todo esto para decir que me he leído el Código de Policía y, pese a algunas cosas discutibles, los numerosos casos de abuso policial recientes no provienen de un Código que se dice inspirado en el respeto. Lo que está fallando es la aplicación. Y a juzgar por la repetición de casos aberrantes, uno puede concluir que no son desbordamientos esporádicos. Miremos el escenario:
Tres mujeres jóvenes en el rellano de su apartamento, zona privada o casi privada, decidieron protestar contra la corrida de toros que se desarrollaba cerca. No hubo agresión ni insulto a los aficionados. De hecho, la corrida se desenvolvía ya de manera normal. Un excesivo número de policías hizo presencia para reprimir este acto legítimo. Con razón una de ellas estalló en llanto porque no comprendía cuál era su falta. Mala cosa: el efecto es alejar a los policías del afecto ciudadano.
Un policía llama payaso a un congresista. Los únicos payasos son los payasos, noble profesión. Y el hecho es grave, no porque sea congresista. Podría ser talabartero. Pero esa descarga de ira muestra en el fondo un principio de politización de la policía porque el afectado pertenece a la izquierda. Curioso.
Un ciudadano conducía una motocicleta en Cali. Un policía le ordenó que se detuviera. Para no alterar el tránsito, se apeó y empujó la motocicleta a la ciclovía. Al ver sus papeles en orden, el policía lo multó por “invadir la ciclovía”.
Bueno, de las empanadas no hablemos. Pero sí del joven cuya pequeña nevera de icopor fue destruida, supuestamente para defender el espacio público. Y so pretexto de preservar ese mismo espacio público, el poeta Jesús Espicasa fue sancionado por tratar de vender sus versos en la calle. ¡No jodamos! Mi amigo el poeta Villegas pudo terminar sus estudios con las ventas de su libro de poemas. Como dijo Gustavo Gómez, esto no es Finlandia. Nadie sale a vender empanadas por deporte.
No me consta, pero a un anciano se le cayeron los pantalones en la requisa en un aeropuerto al despojarse de su cinturón, y se le sancionó por escándalo.
Cerrando esta columna, se sabe que la policía golpeó a Pascual Gaviria y lo llevó a un centro de protección. ¿Protección de quién y para quién? Hace 50 años, uno pasaba al lado de un policía y sentía friecito en la espalda. ¿Vamos como el cangrejo?
En fin: esto ya no es coincidencia. Hay un ambiente represor. Debe haber una instrucción general ordenada por un civil. Una cosa es la disciplina. Y el respeto a la autoridad. Y otra muy distinta es una policía que se excede y que, a veces, pareciera disfrutar con estos nuevos poderes. Policía estrenando bolillo, decíamos en mi barrio.